Entradas

Imagen
Lo que sé de mí Sé que mi nombre es Luisa María Álvarez Betancur, que tengo 20 años y que soy una comunicadora social en formación de la Universidad Católica Luis Amigó. Soy la tercera de cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres, de alguna extraña manera, intercalados y con separación de un promedio de tres años. Amo los libros, llegué a leerme al menos cinco por semana cuando estaba en el colegio. Desde los románticos hasta los de ciencia ficción. Tengo una cierta inclinación por los históricos, Orgullo y Prejuicio de Jane Austin logró ese amor; pero mi libro favorito sigue siendo Falsa Identidad. un libro contemporáneo y con un final no esperado, es algo juvenil, pero tiene algo que me atrapa. Las series son mi forma de pasar el tiempo. Juegos de Tronos , Riverdale, The Originals, Sherlock , entre otras que ya he terminado de ver, son mis favoritas, siento que solo quiero que la historia siga y siga, además de que practico mi ingles mientras las veo. Me gusta la música, p
INMIGRANTE EN LOS 60s Se dice que todo tiempo pasado fue mejor, pero para Germán Javier Álvarez solo es un tiempo en el que era más fácil ingresar a los Estados Unidos. Mientras mueve las manos dramatizando cada recuerdo como si estuviera ocurriendo en el momento,Germán Javier, un hombre mayor de 74 años, cuenta su vida como inmigrante en Estados Unidos, conocida como “la tierra de las oportunidades”. Recuerda por qué decidió dejar la ciudad de Medellín en 1968. Tuerce el gesto y el volumen de su voz disminuye. El menor de sus dos hijos, ambos varones, tenía quince días de nacido. No había comida en su casa, y el dinero no era algo que les sobrara, un panorama que él no consideraba muy favorable para sus dos hijos pequeños y su mujer. La primera vez que llegó al territorio estadounidense fue a la ciudad de Miami. Solo, sin trabajo, sin conocer el idioma, pero con muchas ganas de salir adelante por su familia. Su primer trabajo fue lavando platos en un hotel, dos dólares la
Imagen
Un pulmón verde en medio de la ciudad Sol potente, medio día, camisas manga siza y uno que otro short que dejan al descubierto las piernas de las mujeres era el panorama de la entrada del Jardín Botánico de Medellín Joaquín Antonio Uribe. En la estructura circular que forma la entrada del Jardín Botánico los rayos solares llegan a herir los ojos por las paredes en tonos claros, magnifican el reflejo de la luz en vez de absolverla. Esto no parece incomodar a un extranjero, su alta estatura, su camisa, sus pantalones cortos, la escasez de pelo en su cabeza y sobre todo las chanclas en sus pies indican que no es un lugareño. Él está fumando un cigarrillo, no hay guardias alrededor, ni está acompañado por alguien. Parece que no ha visto o no le importa el letrero de prohibido fumar. Sobre el césped, bajo la protección de la sombra de un árbol y sobre una manta roja con flores amarillas se encuentra un pareja. No lucen interesados en hablar, ni en dormir, sus bocas están unid
En los guayos de María Fernanda Sábado, dos de la tarde, entro a mi casa, acabo de llegar de la emisora Minuto de Dios, luego de presentar el programa Las 10 mejores de Dios, programa que se transmite de 10 a 12 del día. Estoy cansada y sudada, siento mi pelo sucio, como si tuviera tierra mezclada con agua , como si tuviera un peso de más, las hebras se pegan a mi cara y lo único que se me ocurre para mantenerlo apartado de mi rostro es meterlo detrás de la oreja. Saludo  a mi papá. Lo veo de camino a mi cuarto. Me saluda como siempre lo hace: ¿Hoy también se va para Copacabana, María? Sonrío  asintiendo y sigo mi camino. En mi cuarto, dejo sobre la cama la tula donde guardo mis guayos. Esta es azul oscuro , de tiras rosadas y con el logo de la escuela Alexis García, donde practico fú tbol femenino. Agarro la toalla, quiero quitarme la sensación de suciedad con una buena ducha. Aplico tres veces shampoo en mi pelo, siento que con una vez no es suficiente, es como si la tierra
Cinco Minutos Miré el celular apenas subí al bus. Son las 10:44 a.m., dos buses de la misma ruta, uno al lado del otro, tratan de superarse, compiten. Mis ojos apenas eran capaces de captar los edificios, se veían borrosos, como si su color estuviera difuminado. Mi corazón latía rápido, mis manos se aferraban a el respaldo de la silla delante de mí con fuerza. Mis brazos estaban tensos, mi respiración erratica. Miraba a lado y lado, incluso al frente, tratando de ver todo a mi alrededor. En cada giro del bus, mis manos sostenían más fuerte el plástico entre mis manos. De todas las veces que había recorrido esa ruta, nunca había estado tan alterada. No era precisamente mi vida por la que temía, cada vez que veía a un motociclista cerca del bus, todo mi cuerpo se tensionaba, mis ojos se cerraban, y aguardaba por el impacto, por el grito, por el ruido de metales chocando. Calle San Juan, después de la glorieta, subiendo por La Alpujarra, una de las vías más transitadas de Medellín,
Imagen
Jack "Jack" tomada por Luisa M. Álvarez Betancur “¡ Tengo hambre! ” es lo primero que puedo recordar. Eran casi las siete de la noche, un domingo, colegio al siguiente día, la tarea estaba lista y estaba recostada en mi cama leyendo una historia donde la muerte se enamora de un alma que tiene que atrapar. Solo estábamos mi hermano menor, mi papá y yo en la casa. Mi mamá estaba en el centro, comprando hilos. Mi papá se negaba a cocinar, y yo tenía la teoría, pero no la práctica, tal vez nací negada para la cocina, o simplemente la cocina de mi casa no apreciaba mi intervención en ella. Cuando mi queja mental de hambre se convirtió en la vociferación que hizo mi hermano y que mi padre apoyó, se decidió que era momento de que alguien fuera a comprar comida. Lastimosamente yo fui la elegida. Tuve que levantarme de la cama, ponerme los zapatos, agarrar un suéter, porque a pesar de la creencia popular o de la influencia estadounidense que dice que agosto es un mes de c